MADRID.- Hay un rasgo de muchas personas que permanece oculto, pero que si se conociese serviría para entender su mentalidad y su forma de concebir el mundo: la biblioteca personal. Las lecturas nos van formando con el paso de los años; muchas de ellas, por propio interés. Otras, por recomendación. En un mundo digital, en el que los libros se almacenan por cientos en pequeños dispositivos electrónicos, una exposición como La biblioteca del Greco (Museo del Prado, hasta el 29 de junio de 2014) es un regalo para los amantes de los volúmenes físicos, sobre todo si tienen siglos de vida. “Una biblioteca permite conocer el modo de pensar y de relacionarse con el mundo de su propietario”, explica José Riello, profesor del Departamento de Historia y Teoría del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid y comisario de la exposición junto a Javier Docampo, jefe del Área de Biblioteca, Archivo y Documentación del Museo.
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La exposición es una recreación de la biblioteca del artista, cuyo contenido se conoce por los inventarios que Jorge Manuel Theotocópuli, el hijo del Greco, realizó a la muerte del pintor. Riello explica que “la lectura es la mejor de las herramientas para construirse uno a si mismo una determinada concepción del mundo”, de ahí la importancia de esta exposición para intentar acercarse al pensamiento del artista. No obstante, el profesor de la UAM añade que “no podemos decir con total seguridad que El Greco leyó todos y cada uno de los libros que tuviera en su biblioteca, exactamente igual que pasa con cada uno de nosotros”.
Libros antiguos frente a un mundo digital
La exposición muestra 39 ejemplares de obras que compusieron la biblioteca de este genio de la pintura, aunque sólo cuatro de ellas pertenecieron al Greco de forma segura porque contienen anotaciones del pintor, mientras que el resto provienen de otras bibliotecas. “De las 130 obras que componían la biblioteca de El Greco hemos elegido las que eran más relevantes para entender el modo en que el pintor comprendió el mundo y las artes”, refiere Riello. Además, el profesor de la Universidad Autónoma añade que otro de los criterios ha sido la belleza de los objetos mostrados en la exposición para “subrayar la importancia que tienen los libros antiguos en un momento en que todo el mundo nos dice que los libros están perdiendo la batalla frente a las nuevas tecnologías”.
En la muestra casi se pueden tocar desde libros de poética o religión hasta los de arquitectura, con el ejemplar De la Arquitectura de Vitrubio, arquitecto de Julio César, en el centro de los mismos. Esta es una de las pocas obras que ha conservado profusas anotaciones manuscritas del Greco. En esta era digital, ¿qué importancia tiene mostrar unos libros que compartieron existencia vital con el pintor? Riello explica que en el siglo XVI “no todo el mundo tenía posibilidades de comprarse libros” y que las obras impresas de la época hay que “entenderlas como un objeto superfluo, cuando la gente se preocupaba por asegurarse su propia supervivencia y la de los suyos”.
En efecto, ningún mortal que estuviese por debajo de la hidalguía pensaba en hacerse con un libro en la España del Siglo de Oro. Ni le preocupaba. La cultura en Europa se encontraba muy mediatizada por la Iglesia católica, que había sustraído muchos libros de la lectura en los inicios de la Edad Media. Así pues, nobles y artistas eran quienes contaban con bibliotecas y ejemplares de obras clásicas y más modernas, sobre todo después de la invención de la imprenta, ya que hasta entonces se trataba de volúmenes copiados a mano, escasos y por ello más caros. A Riello no se le escapa que “en este momento en que vivimos, en el que toda la información nos llega a través de soportes digitales, esta exposición puede ser una pretensión temeraria, pero los historiadores del arte tenemos que mostrar las cualidades materiales de esos objetos bellísimos del pasado que han constituido nuestra manera de comprender el mundo”.
Poner en duda los tópicos
La realidad es que se sabe poco sobre la biografía del Greco, a pesar de su legado pictórico, y las biografías que la han reconstruido (en castellano una de las más importantes es la elaborada por el catedrático Fernando Marías) se basan en hipótesis. Por ello, Riello manifiesta que “abordar una exposición sobre la biblioteca del Greco es adoptar una postura crítica con respecto a las ideas que hemos recibido sobre el pintor”. La joya de la muestra es el ejemplar del Vitrubio anotado por la mano del Greco, encontrado por Marías en la Biblioteca Nacional hace treinta años y, sobre la posibilidad de hallar otros ejemplares apostillados por el cretense, José Riello manifiesta que “los cuatro volúmenes que sabemos que pertenecieron al Greco provienen de la Biblioteca Nacional y tengo el indicio de que los libros del pintor pasaron en algún momento por el Convento de la Trinidad de Madrid, que fue sede de la Biblioteca Nacional, por lo que muchos de ellos pasaron a la misma”. Así que en los fondos de la institución se podrían encontrar nuevas sorpresas.
Clásicos como Homero, Demóstenes o Plutarco formaron parte de las lecturas del Greco, pero la pregunta clave es ¿cómo influyeron estas obras en su pintura? En la exposición hay dos cuadros del pintor: “El soplón” y “Una fábula”, que es derivado del anterior (se pueden observar en la imagen del inicio). El primero se basa en una historia que el autor romano Plinio el Viejo cuenta en su obra Historia natural, también integrante de la biblioteca del genio pictórico: “Liceo hizo un muchacho soplando al fuego” y así lo imaginó El Greco. Sobre esta influencia, Riello comenta que la exposición se ha organizado en cinco secciones: sus orígenes griegos; la formación clásica; la metamorfosis que sufre en Italia y “que será fundamental para el resto de su carrera, donde descubre que la pintura es una herramienta para explorar lo real y representar lo imposible”; los libros de arquitectura, “porque se dedicó al diseño de los retablos que albergarían sus pinturas”; y el problema de la imagen religiosa. El profesor de Historia del Arte hace énfasis en que “la exposición sirve para poner en duda las ideas que hemos recibido sobre el pintor y no quedarnos cómodamente en las opiniones recibidas”. Además, Riello añade que “la propuesta es que son muchas las cosas que sabemos, pero también son cuantiosas las que no conocemos sobre el pintor, y hay que poner sobre la mesa algunos temas que no están claros para dudar de algunos lugares comunes en torno al Greco”. Y es que “la información que nos ofrecen los inventarios y las anotaciones en los Vitrubios y Vasaris arrojan una imagen muy distinta del Greco a la construida por la historiografía tradicional”, asegura Riello.
El Vitrubio, la joya de la exposición
Al entrar en la sala del Prado que contiene la exposición (en el edificio de los Jerónimos), lo primero que llama la atención es un complejo central que muestra los inventarios que realizó el hijo del Greco y el Vitrubio anotado. Se trata del libro con más comentarios del pintor y Riello destaca su importancia, porque muestra al “Greco íntimo, el que anota los libros en su casa o en un rincón de su taller”. Sobre estas anotaciones, el profesor de Historia del Arte manifiesta que son las de un “pintor que reflexiona sobre las artes de una manera inédita en lo que era la España del finales del XVI y comienzos del XVII y que lo hace interpretando la pintura como una herramienta que sirve para explorar las maravillas de lo real, y pintar lo que él llama ‘lo imposible’, realidades de las que no tenemos experiencias sensoriales, pero sí que existen, sobre todo en la España que le tocó vivir”. Además, Riello destaca que se trata de “un Greco que pone como objetivo primero y último del pintor la belleza, ya que la finalidad última de sus pinturas es representar la belleza del mundo”.
De entre todas las anotaciones que tiene este tratado de arquitectura, Riello destaca aquella en la que el Greco indica que las mujeres toledanas se ponen chapines, una especie de sandalia con plataforma de corcho, para disimular su gordura. Para el profesor universitario, el pintor “aplica esto a su modo de entender el arte, porque considera que las proporciones más alargadas son más bellas, lo que explica que las figuras de sus cuadros tengan un canon alargado”. Sin embargo, Riello va más allá y recalca el hecho de que “algo que veía el Greco todos los días en la calle, esas chicas toledanas que se ponían chapines para hacerse más esbeltas, lo aplica directamente al mundo de la creación artística: sus experiencias de lo real las transforma prodigiosamente en el ámbito de lo creativo”.
El Greco y la arquitectura
El libro de Vitrubio, así como el de Vasari (Vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos), tienen como tema principal la arquitectura. ¿Qué hacía un pintor interesándose por esta disciplina? Riello explica que “la arquitectura era la disciplina artística más cercana a las artes liberales, a las relacionadas con los números: aritmética, geometría y música. La relación con la arquitectura les permitía demostrar de alguna manera que la pintura y la escultura alcanzaban un rango de intelectualidad”. El profesor de la Universidad Autónoma manifiesta que “el Greco va a diseñar los retablos en los que irán destinadas sus pinturas y, de alguna manera, va a intentar transformar los espacios arquitectónicos donde se expondrán sus creaciones, entendiéndolos como conjuntos escenográficos en los que se unen arquitectura, pintura y escultura, que embarcan al visitante en una experiencia que no es sólo religiosa, sino fundamentalmente artística”.
Sobre los retablos que creó el pintor cretense, Riello sostiene que “son una novedad radical (en la España de finales del siglo XVI) en el sentido de que el pintor va a tener en cuenta, casi como un pionero, que esta construcción de enormes y portentosos conjuntos escenográficos están dirigidos a un espectador que se mueve en los espacios de la Iglesia y que de alguna manera han de captar su atención para provocarle una experiencia artística. Será lo que después pretendan los artistas del Barroco”.
Para Riello, la relación que el Greco pretendía establecer entre pintura, escultura y arquitectura todavía debe ser abordada “de una manera sistemática, que nos ayudará a entender al Greco como lo que él debía pensar de si mismo: que era un artista total, capaz de aunar las tres artes del dibujo en impresionantes conjuntos escenográficos”.
No era un místico
Poesía, retórica, descripciones de Italia e incluso historia antigua a través de Flavio Josefo en la biblioteca del pintor cretense. Este último autor es curioso, puesto que en su Guerra de los judíos rellena lagunas en la vida de los apóstoles y de Jesús antes de su crucifixión que los Evangelios canónicos no mencionan. El Greco tenía una visión muy peculiar de la religiosidad y esto lo trasladó a algunos de sus cuadros, algo por lo que fue criticado por sus coetáneos e incluso alguna de sus obras mirada con desprecio. A este respecto, los inventarios no dejan lugar a dudas y el Greco no contaba con muchos volúmenes religiosos: tratados de los padres de la Iglesia oriental (el pintor fue católico ortodoxo) y un texto con los cánones y decretos del Concilio de Trento. “Es relevante que el Greco tuviese este libro, no tanto por lo que se dice en él sobre las imágenes, sino por el hecho de que es un indicio más de cómo el pintor, después del descalabro del Martirio de San Mauricio para el Monasterio de El Escorial y de El Expolio para la Catedral de Toledo, se diera cuenta de que, o adecuaba sus pinturas al decoro y la doctrina, o no tenía mucho que hacer en la España de entonces”, según Riello.
La falta de libros religiosos en su biblioteca “es una llamada de atención sobe un problema historiográfico que ha sido confundir la religiosidad íntima y privada del Greco, que, según los indicios, era bastante relajada, de orígenes ortodoxos, no católicos, con lo que pintó, cómo lo pintó y cómo lo debía pintar”, resume Riello. Lo que no quita, en palabras del profesor universitario, para que El Greco “se supiese adecuar perfectamente a lo que la sociedad de su tiempo le demandaba, pero de ahí a confundirnos con un Greco profundamente católico e incluso místico, pues me parece que es una de las debilidades tradicionales del discurso historiográfico tradicional”.
La anotación del Vitrubio sobre las chicas con chapines da una idea de la religiosidad relajada del Greco. Tampoco se incorporó a ninguna cofradía, como era casi norma en el Toledo contrarreformista para ser alguien. E incluso su hijo lo tuvo fuera del matrimonio con Jerónima de las Cuevas, con la que no llegó a casarse. “Es bastante gracioso imaginarse a este supuesto pintor místico mirando a las chicas pasar”, apunta Riello.