Imagínese que un grupo de exaltados, incultos y radicales acceden al teatro romano de Mérida (Extremadura) y lo vuelan por los aires, convirtiendo un legado milenario en polvo, piedras y cascotes. Esta acción sucede hoy, pero a miles de kilómetros de la civilización occidental. El grupo terrorista autodenominado Estado Islámico (ISIS) continúa con su destrucción de un patrimonio histórico que pertenece a toda la Humanidad. El grupo armado ha conseguido vencer al ejército sirio en la ciudad de Palmira, célebre por sus restos arqueológicos. El ISIS se ha caracterizado en sus dos años de existencia por aniquilar un patrimonio que considera pagano y proscrito por la ley islámica, de la que realiza una interpretación estricta.
El Institute for the Study of War (ISW), un think tank con sede en Washington, certifica la caída de Palmira en manos del ISIS y la califica de “la mayor derrota para el régimen de Assad”. Además, el instituto refiere que esta es la segunda mayor victoria del ISIS después de la toma de Ramadi (Irak) el pasado 17 de mayo.
Más allá de las cuestiones geopolíticas, lo que está claro es que todo un patrimonio cultural que seguía vibrando en Siria se encuentra en verdadero peligro. La ribera de los ríos Éufrates y Tigris fue uno de los lugares de nacimiento de las primitivas civilizaciones en Asia. Por ello, en su curso se distribuyen ciudades y restos arqueológicos de valor incalculable. Curiosamente, el ISIS se ha aplicado a conquistar núcleos de población cercanos a los ríos, fundamentalmente porque es donde se dan las condiciones idóneas para habitar y una gran fertilidad de los suelos. Más allá de ellos sólo se extiende el desierto.
Por Palmira han pasado diferentes culturas. Sus ruinas atraían a miles de turistas hasta que Siria comenzó a desgarrarse en una interminable guerra civil. En el año 41 antes de Cristo, Marco Antonio conquistó la ciudad para Roma y, en el siglo I, Siria se convirtió en una provincia romana. La prosperidad de Palmira se acrecentó al ser uno de los nudos de la ruta de la Seda y las construcciones arquitectónicas romanas comenzaron a crear un perfil de la ciudad que todavía hoy se podía adivinar entre sus restos.
En el año 267, Zenobia, la mujer del gobernador Septiminio Odenato, estableció un reino que se extendió por Siria y el vecino Líbano y que duró doce años, hasta que fue derrotada por tropas romanas. En 273 la ciudad fue arrasada por la rebelión de sus habitantes, aunque el emperador Diocleciano la reconstruyó. Una vez desaparecido el Imperio Romano, Palmira fue tomada por los musulmanes y en el año 1089 fue devastada por un terremoto.
Hasta el momento, los terroristas del ISIS no han tenido reparos en destrozar antigüedades de Nínive, como su biblioteca, estatuas del Museo de la Civilización de Mosul, una iglesia del siglo X al norte de esta población, la ciudad de Nimrod, cuna del arte asirio, la ciudad de Hatra, también Patrimonio Mundial de la Humanidad, o Jorsabad, antigua capital asiria. Sin duda, Palmira correrá la misma suerte, víctima de la incultura, la falta de escrúpulos y el poder propagandístico. Y, de momento, el mundo asiste impasible e inmutable a la pérdida de su memoria histórica.
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