MADRID.- La ciudad de Madrid, y como resultado España, ha perdido la candidatura a ser sede de los Juegos Olímpicos en 2020 frente a Tokio. Las redes sociales y varios medios de comunicación han criticado abiertamente las presentaciones realizadas en la jornada de elección, en las que los diferentes cargos políticos (excepto Felipe de Borbón, Prícipe de Asturias) no dieron la talla. ¿Qué relación tiene esto con el turismo y con los jóvenes que se precipitan de los balcones en los hoteles de Palma de Mallorca? La imagen política y turística de España.
La fallida candidatura y los casos de balconing, como se ha denominado la práctica de precipitarse por un balcón de un hotel hasta morir, hacen daño en la imagen de España y en su marca. Cuando Mariano Rajoy (Partido Popular) llegó a la presidencia del Gobierno en noviembre de 2011, uno de sus objetivos era mejorar la “marca España”. Para ello, se puso en marcha, junto con el Ministerio de Asuntos Exteriores, una oficina que se encarga de esta labor. Sin embargo, los hechos están demostrando que cambiar la imagen de nuestro país va más allá de un trabajo funcionarial. El batacazo de Madrid 2020, a parte de los tejemanejes en las votaciones del Comité Olímpico Internacional, refleja que la crisis, el dopaje y la corrupción están impresos en la tarjeta de visita de España.
A ello se suma el imán de España para el “turismo de borrachera”. El país está a punto de acabar un verano con cifras de récord en lo que a llegada de turistas se refiere (habrá que ver si esto se traslada a la rentabilidad de las empresas y, por lo tanto, al empleo). Sin embargo, estas cifras se están consiguiendo a base de precios muy rebajados que atraen a turistas (en su mayoría jóvenes) con ganas de alcohol y fiesta sin pensar en las consecuencias. No se puede generalizar, pero el problema de los medios es que un incidente queda magnificado. El pasado 2 de septiembre murieron dos jóvenes en un hotel de Mallorca al precipitarse desde una altura de ocho metros. En lo que va de verano ya van siete muertes en las Islas Baleares por los mismos motivos. Alemania y Reino Unido han realizado campañas para advertir contra el balconing y es cierto que la práctica (o al menos las muertes) se han reducido en los últimos años.
Otro ejemplo de un tipo de turista que atrae la costa española y las islas se dio cuando en agosto la Guardia Civil tuvo que detener a varias personas en un vuelo que unía Prestwick (Escocia) con la isla de Ibiza. Se habían emborrachado en el avión cuando viajaban a la isla balear, provocando escándalos y altercados que casi hicieron aterrizar de emergencia al comandante de la aeronave. Ibiza es una isla que ofrece unos atractivos naturales inigualables, pero nada de eso interesa a estos turistas, que sólo viene en busca del lado más “canalla” de la isla pitiusa. Hace unos años, una responsable turística de Ibiza comentaba a este medio que la isla se iba a centrar en la promoción de su lado más desconocido con la idea de desestacionalizar la llegada de turistas, aunque parece que esta estrategia ha dado poco resultado.
Estos dos hechos, que pueden parecer aislados, suponen un fuerte golpe para la imagen de los destinos turísticos de sol y playa. Hace unos meses, medios europeos (británicos y alemanes con tendencia al amarillismo) realizaron una campaña sobre el “turismo de borrachera” en España. La solución no es fácil ni rápida. La misma pasa por aumentar la calidad y los servicios de los destinos de playa, con la idea de atraer un turista con mayor poder adquisitivo y que busque algo más que siete días de mar y alcohol hasta quedarse sin sentido. Y el problema no es sólo de la administración, también del sector privado, que ha atravesado años de sequía debido a la crisis y empieza a ver una tenue luz con el empuje del turista extranjero.
Que España se vea como la playa de Europa es consecuencia de la falta de voluntad política por cambiar la inercia de las cosas. Ningún Gobierno de la democracia se ha esforzado por perfeccionar un modelo económico que viene de los años sesenta del siglo XX. Por un lado, cada comunidad autónoma realiza la guerra por su cuenta, con acciones de promoción independientes y sin configurar una imagen de marca España consistente. Por ello es tan difícil dar a conocer el interior español y sus múltiples recursos turísticos. Por otra parte, el Gobierno central tiene competencias muy restringidas en materia turística, por lo que los pasos que puede dar son limitados. Y, en tercer lugar, el modelo empresarial del turismo español se fundamenta en el volumen, en la atracción de grandes cantidades de turistas, aunque sea a precios muy bajos. Pasar de un turista low cost a otro más cualificado exige sacrificios y cambios de mentalidad que no son sencillos en el entorno económico español.