“No se me ha llamado nunca para preguntarme qué pienso del turismo”. Se lo decía Pablo Piñero Imbernón a Joana Barceló, consejera de Turismo y Trabajo de las Islas Baleares en 2010, durante un programa de televisión dirigido por Hosteltur, una de las principales revistas turísticas españolas. Y lo hacía con la tranquilidad y la seguridad que le daba haber levantado su “imperio”, la octava cadena hotelera española con 12.000 empleados, de la nada. La historia de este inspector del Cuerpo Nacional de Policía metido a empresario del turismo empezó con un vuelo chárter para ver un partido entre los equipos de fútbol Real Murcia y Real Mallorca, que se jugaban el ascenso a la primera división de la liga en la década de 1970.
Pablo Piñero ha muerto a los 76 años, tras cuarenta dedicado a sostener el Grupo Piñero, reconocible por los hoteles Bahía Príncipe, el turoperador Soltour y el receptivo Coming2. El inspector que nació en Mula (Murcia), licenciado en Filosofía y Letras y apasionado del Arte, descubrió que ganaba más dinero con esos vuelos de fin de semana a Mallorca que trabajando seis meses como funcionario. Y decidió apostar por un negocio que empezaba a despuntar en la España del tardofranquismo, cuando el país mediterráneo había conseguido estabilizar su economía y convertirse en un destino atractivo para los turistas europeos que buscaban sol, buenas playas y precios baratos.
Piñero siempre destacaba que el núcleo de su negocio era el producto de sol y playa, hoy denostado en España por centrarse en un turista de baja calidad. El empresario era consciente de que el modelo español tenía que evolucionar y contaba con un pensamiento muy concreto y un diagnóstico muy claro de los males que aquejan al sector turístico balear. Piñero criticaba los hoteles que vendían barato y que disponían de pobres instalaciones. En su opinión, el gobierno debía dar una salida digna a estos establecimientos (permitiendo su reconversión en pisos o su demolición) y promocionar la renovación y construcción de alojamientos de alta calidad. Ello elevaría los precios en las islas y atraería a otro tipo de visitante con mayor poder adquisitivo. Las mismas recetas de hoy que no acaban de ponerse en práctica. Pablo Piñero tenía claro que el negocio del futuro pasaba por los condohoteles: edificios de apartamentos que se venden a propietarios, que los disfrutan durante un periodo concreto del año, y que el resto del tiempo se comercializan como una habitación de hotel.
Pausado en el habla, Piñero no se mordía la lengua delante de los políticos. El empresario recordaba que en Mallorca estban las empresas más importantes del mundo en sol y playa, pero que nadie desde el gobierno les tenía en cuenta para desarrollar un sector clave de la economía española y balear. A pesar de ser contundente con los políticos, las declaraciones públicas de Pablo Piñero tendían a ser favorables con el Partido Popular, de ideología conservadora.
“El Caribe no falla”
El Grupo Piñero, que en 2016 ingresó más de 740 millones de euros y obtuvo un beneficio de explotación (antes de amortizaciones, gastos financieros e impuestos) de 192 millones, estaba radicado en Palma de Mallorca, pero obtenía la mayor parte de su negocio del Caribe. En más de una ocasión, Pablo Piñero aseguró que el mejor mercado era el Caribe y, coherente con su pensamiento, erigió su imperio entre República Dominicana, la Rivera Maya (México) y Jamaica.
Aprovechando el débil Estado de Derecho de los países caribeños, en muchos casos con niveles de corrupción elevados, empresarios como Pablo Piñero supieron medrar para comprar tierras y construir hoteles o venderlas a otros compradores, sumándose al carro del negocio inmobiliario. En República Dominicana, donde Bahía Príncipe es la cadena con mayor número de hoteles en propiedad, se criticó a Piñero por haber destruido zonas de manglar en la construcción de sus complejos, los resorts que tanto gustan al turista estadounidense. De alguna manera, Piñero, como otros empresarios españoles, llevó la filosofía del sol y playa que funcionaba en España con el turista británico a las costas del Caribe. La misma lógica que edificó hoteles y llenó de cementó el litoral mediterráneo español, Baleares y Canarias.
Otra crítica común a los resorts caribeños es la del modelo “todo incluido”: el cliente paga un precio en el que ya se incluye el coste del alojamiento, las comidas y las bebidas. Si el turista quiere, no necesita salir del complejo hotelero, lo que impide que genere gasto en las poblaciones cercanas y ayude a la economía de sus habitantes. Sobre el “todo incluido”, Pablo Piñero tenía claro que era una exigencia de los turoperadores y que el “turista manda”.
En el Caribe, uno de los pocos tropezones que tuvo Pablo Piñero fue el de Cuba. En múltiples ocasiones, el empresario aseguró que no volvería a la isla hasta que el régimen político cambiase. Piñero operó un hotel en Cuba, pero lo abandonó porque nunca fue propietario del alojamiento, sino que lo gestionaba para el gobierno de Fidel Castro. Con la reanudación de relaciones con EEUU, iniciada por el presidente Barack Obama, y la pequeña apertura económica que vive la isla, habrá que ver si Encarnación Piñero, la designada para suceder a su padre, abre un hipotético negocio en el país americano.
La experiencia de Cuba muestra otro rasgo empresarial de Pablo Piñero, que prefería ser propietario y gestor de sus hoteles antes que sólo gestor de los mismos. La propiedad de los hoteles le permitía a Piñero dejar su impronta “personalista” en la dirección del negocio. Y ello a pesar de que las grandes cadenas tienden a vender sus inmuebles para quedarse sólo con la gestión del hotel y la venta de noches.