La familia Al Saud está construyendo los pilares del nuevo contrato social dirigido a los ciudadanos de Arabia Saudí. El año 2019 acabará con dos hitos en la historia del país árabe que marcarán el camino hacia su apertura al mundo occidental. El primero es la concesión de visados de turismo para los ciudadanos de EEUU, Reino Unido y el resto de países de la Unión Europea (cuestan 120 dólares y permiten la permanencia de hasta 3 meses en el país). El segundo momento de inflexión ha sido la salida a bolsa de Aramco, la empresa estatal de extracción y explotación de petróleo, principal actividad económica de Arabia Saudí. La cara visible que está impulsando estos cambios es Mohamed bin Salman bin Abdulaziz Al Saud (MBS), príncipe heredero, vicepresidente primero del Consejo de Ministros (la presidencia queda reservada al rey Salman) y ministro de Defensa a través del plan Vision 2030. Otra cuestión es cuál será el alcance de esta apertura saudita.
Tras estas medidas no se haya una querencia repentina por la democracia o el estilo de vida occidental (aunque los mandamases saudíes lo disfruten de forma hipócrita en Europa o EEUU, mientras sus ciudadanos siguen bajo el yugo de la secta islámica sunita), sino la conciencia de que la sociedad ha cambiado y que el petróleo no podrá seguir subvencionando la paz social en los próximos decenios. Desde las independencias de los países árabes a mediados del siglo XX, el modelo social se ha fundamentado en un estado fuerte en el que las libertades civiles y políticas tienen poco recorrido a cambio de beneficios materiales para la población. Es decir, un do ut des en el que los ciudadanos renunciaban a derechos civiles a cambio de que el Estado les diese empleo, comida y otros servicios sociales. Este ha sido el modelo de Arabia Saudí, que en los últimos 50 años ha cubierto las necesidades de su población con la venta de petróleo. Según cálculos de la OECD, el 70% de los trabajadores en activo de Arabia Saudí están empleados en el sector público (en la propia Administración o en empresas estatales). Y el país dedica más del 4% de su PIB a subsidiar la energía, es decir, a pagar parte de su coste con lo que ingresa por el petróleo para que el precio final al consumidor sea más barato. Una operativa similar ocurre con los alimentos.
Pero el petróleo se acaba y, con él, los subsidios del combustible y de los alimentos. La realidad es que aún quedan reservas de petróleo para decenios, pero cada vez es más caro extraerlo y, con una tendencia de los precios del petróleo a la baja, la relación coste beneficio se estrecha. Y cuanto menor beneficio, menos capacidad de subsidio a la población. A ello se suma que países con un consumo muy intensivo de petróleo, como EEUU, usan el fracking en su propio territorio con el objetivo de conseguir parte de los recursos energéticos que necesitan y depender menos de terceros países.
La salida a bolsa de la petrolera estatal Aramco es un paso para diversificar la entrada de dinero en el país árabe. Aramco es la mayor empresa de petróleo del mundo, porque hace uso de la idea de explotar las reservas petrolíferas saudíes a través de una sociedad y no de un organismo estatal. La compañía ha sido valorada en 2 billones de dólares y sólo ha lanzado a cotizar el 1,5% de sus acciones, lo que ha permitido al reino saudí ingresar cerca de 25.600 millones de dólares por esta operación. La compañía factura cada año más de 355.000 millones de dólares y tiene beneficios por importe de 111.000 millones de dólares anuales. De esta manera, Arabia Saudí seguirá ingresando dinero por la venta de petróleo, pero también por la cotización de las acciones de Aramco. Aunque no se ha expresado oficialmente, es muy probable que en el futuro se incremente el número de acciones de la petrolera en el mercado, como forma de obtener más recursos.
Qué pinta el turismo en Arabia Saudí
Ante esta situación de declive del negocio petrolero y del cambio social, los gobernantes de Arabia Saudí han visto en el turismo una actividad que puede aportar recursos económicos al país y dar empleo a jóvenes y mujeres. El 64% de la población saudí tiene entre 15 y 54 años, por lo que es evidente que los mandatarios saudíes han articulado su estrategia Vision 2030 con el objetivo de crear una transición lo más suave posible entre una economía subsidiada y otra capitalista en la que la mayor parte de ese porcentaje de personas deberá trabajar en el sector privado. La integración de la mujer, menospreciada en la sociedad saudí, será otra de las claves para que el modelo funcione. En marzo, Nasser Al-Nashmi, director general del Centro Nacional para el Desarrollo de los Recursos Humanos en Turismo, anunció que se ha formado a más de 9.000 mujeres a través de sus programas. La previsión es que para 2020 el número de mujeres formadas en actividades turísticas alcance las 25.000 y que existan cerca de 1.400 guías turísticas.
Por eso, el turismo es una de las bazas del régimen saudí. El World Travel and Tourism Council (WTTC) estima que las actividades turísticas aportaron 65.000 millones de dólares a la economía saudita en 2018. Además, más de 1 millón de empleos, el 8,5% del trabajo total en el país, está relacionado con actividades que tienen que ver con el turismo. Las previsiones son que en los próximos años visiten el país más de 20 millones de turistas cada ejercicio. Arabia Saudí tiene tres ventajas turísticas importantes. La primera es que, hasta ahora, el país ha sido un enigma para los viajeros occidentales debido a las restricciones de viaje que tenía. Arabia Saudí cuenta con recursos arqueológicos e históricos que no han sido visitados por los turistas europeos o estadounidenses. La segunda posibilidad es convertir a Arabia Saudí en un destino de playa, ya que la ribera del Mar Rojo no tiene nada que envidiar a la contraparte egipcia, con la ventaja de que está menos explotada. Las actividades de submarinismo también tendrían cabida aquí. En último lugar, Arabia Saudí seguirá explotando su posición como destino religioso, ya que concentra las dos ciudades santas más importantes para el islam: Medina y Meca. El 45% del gasto turístico en Arabia Saudí es gracias a los turistas internacionales que han visitado el país, mucho de ellos por una cuestión religiosa. No hay que olvidar que la tradición islámica impone a todo musulmán viajar al menos una vez en su vida a la Meca, lo que se denomina Hajj.
La idea de los gobernantes saudíes es que el turismo suponga el 10% del PIB del país, es decir, un aporte cercano a los 100.000 millones de dólares anuales. Para que Arabia Saudí pueda conseguir este objetivo será necesario que realice una campaña mundial de promoción para atraer turistas, deberá firmar acuerdos con los principales turoperadores internacionales (como TUI) para que sus turistas reserven sus vacaciones en el país árabe y tendrá que desarrollar una infraestructura hotelera que dé cabida a la demanda que se espera. Un reciente informe de Savills, una consultora inmobiliaria, cifra en 48.000 las habitaciones que se están construyendo en Arabia Saudí, según datos del proveedor especializado STR. Desde 2017, el número de habitaciones hoteleras en el país árabe ha crecido un 13%. La capital Riad, Jeda, Medina y Meca son las ciudades donde más alojamientos están proyectados y cadenas como Marriott y Hilton ya disponen de hoteles en Arabia Saudí. Otros gigantes de la hotelería mundial, como Accor o IHG también se han interesado por el país.
Pero uno de los proyectos turísticos más importantes que ha anunciado MBS se desarrollará en el Mar Rojo. A través de Public Investment Fund (PIF), el fondo soberano saudí, se invertirá en la construcción de 14 hoteles de lujo en la costa del Mar Rojo, con 3.000 habitaciones, y un aeropuerto, que estarán operativos en 2022. De momento no se conocen más detalles de este megaproyecto.
Imagen y derechos humanos
Uno de los principales escollos de Arabia Saudí para atraer turistas occidentales es su lamentable imagen en relación con la garantía y protección de los derechos humanos. El último escándalo que salpicó al reino árabe y a la familia Al Saud fue el asesinato del periodista Jamal Khashoggi en la embajada saudí en Turquía en octubre de 2018. Aunque no se ha llegado a demostrar que MBS estuviese detrás de esta operación, los principales analistas internacionales piensan que es muy difícil que el máximo mandatario del país árabe no estuviese al tanto del plan de asesinato y lo autorizase.
En su último informe sobre el estado de los derechos humanos en el mundo, Amnistía Internacional explica que la minoría chií sigue discriminada en Arabia Saudi, lo que les impide ejercer sus derechos a la libertad de expresión, el acceso a empleos o a la justicia. La libertad de expresión, reunión y asociación siguen muy restringidas y no se permite la disidencia política, que es fuertemente perseguida por el régimen saudí. Las manifestaciones pacíficas siguen restringidas y el funcionamiento del sistema de justicia, basado en la sharía (la ley coránica) imputa y condena en muchas ocasiones por cargos difusos.
En Arabia Saudí se sigue aplicando la pena de muerte y el papel de la mujer, a pesar de las reformas que viene realizando MBS, sigue siendo muy reducido. Contra esta imagen de país represor en el que el Estado civil y el Estado de Derecho no funcionan deberá luchar Arabia Saudí. No sólo con campañas específicas de imagen y relaciones públicas, sino con hechos que garanticen una apertura que convenza a los turistas internacionales.