No debería extrañarnos que Berlusconi se disponga a cambiar la ley para salvar a Alitalia. Ya lo ha hecho en otras ocasiones y nadie ha podido pararle. Es el uso de la democracia con fines instrumentales. Que en Italia no se puedan parar los desmanes del Cavaliere ya es preocupante, pero que no se le paren los pies en Europa es inaceptable. La Comisión Europea debe vigilar de cerca, y anular si es necesario, el proceso que ha iniciado Berlusconi para sacar a Alitalia del agujero negro en el que se encuentra y, además, “fusionarla” con Air One. Se propone cambiar la ley de quiebras y preceptos de la ley antimonopolio, no con unos fines de justicia universal (propósito fundamental de las leyes en democracia), sino para una situación concreta.
Con ello afectará a la competencia dentro del propio mercado italiano, ya que esta medida se hará en detrimento de otras aerolíneas que trabajan en Italia y deben hacer frente a los vaivenes del precio del petróleo, las subidas (o bajadas de tarifas) y un sin fin más de variables. Y nadie las ayuda. Por otro lado, las firmas aéreas europeas también verán limitada su libertad de competencia. ¿Cómo se puede competir con una empresa que ha recibido subvenciones del Estado y para la que ahora se modifica la ley por su supervivencia? Lo único que se consigue con ello es crear una situación artificial de mercado.
No defendemos la desaparición de Alitalia, ni mucho menos. Lo que defendemos es que las cosas se hagan bien, dentro de la ley (concepto que Berlusconi no entenderá nunca) y de las reglas del mercado, que pueden ser mejorables, pero que han de cumplir todos sus actores. Y es que, si nosotros fuésemos una aerolínea italiana de la competencia, estaríamos un poco preocupados. Según el diario Il Sole 24 Ore, la compañía resultante tendrá una cuota de mercado del 56%, facturará 5.000 millones de euros y obtendrá beneficios por valor de 250 millones.