¿Cómo gestionan las dos principales capitales de España sus índices de contaminación y medio ambiente? No son raras las imágenes de Madrid y Barcelona cubiertas por una capa (o boina) de polución provocada, en general, por los coches y el resto de transportes a motor. El cuidado del medio ambiente en las dos ciudades es una exigencia doble. Por un lado, de la normativa de la Unión Europea, que impone la confección de un plan municipal para luchar contra los excesos de CO2 en la ciudad. Por otra parte, por los turistas, que cada vez son más conscientes y responsables de tipo de aire que quieren respirar en los destinos que visitan. Las políticas anticontaminación en ambas ciudades tienen una influencia decisiva en el transporte público.
El caso de Barcelona es ejemplar. La Generalitat de Cataluña ha aprobado un plan dirigido a reducir la contaminación atmosférica de la ciudad condal con una estrategia clara: encarecer el transporte privado y abaratar el transporte público. Esta medida no es permamente, sino que sólo se pone en marcha los días en que los niveles de partículas en suspensión o de óxidos de nitrógeno sobrepasen los topes fijados por la UE. Cuando esto se produzca, el aparcamiento de los vehículos privados se encarecerá un 25%, mientras que el billete de transporte público (como metro, tren o autobús) se rebajará un 50%. Y es que la acumulación de estas partículas en el largo plazo provoca infartos de miocardio, cáncer de pulmón y enfermedades respiratorias. Este plan se aplicará en 40 municipios de las zonas de Barcelonès, Baix Llobregat, Vallès Oriental y Vallès Occidental, con 4,3 millones habitantes, el 60% de la población catalana.
Por su lado, Madrid va por otro camino. El Ayuntamiento de la capital española ha aprobado un plan para limitar la circulación de coches en el interior del casco antiguo. Con ello se persigue mejorar el tránsito del transporte público por el mismo, garantizar las plazas de aparcamiento a los vecinos y disminuir la contaminación. Además, el consistorio madrileño tiene pendiente de aprobación de un plan medioambiental que contempla la reducción en la velocidad de circulación de los vehículos los días con excesiva contaminación. Sin embargo, el detalle que se echa en falta es la incentivación del uso del transporte público mediante la reducción de tarifas, como en el caso barcelonés. De cualquier manera, algunos modos de transporte público de Madrid son puestos en duda por su falta de calidad en las horas de mayor afluencia de viajeros y en momentos de fuertes lluvias, como por ejemplo el Metro de Madrid. Existe una cuenta específica en Twitter para seguir las quejas de los usuarios del suburbano madrileño: @Sufridoresmetro.
Día de lluvia en @metro_madrid por @beatrizsiba pic.twitter.com/xwkk19P1zY
— Sufridores del Metro (@SufridoresMetro) noviembre 11, 2014
Con estos mimbres, es difícil que Madrid convenza a sus ciudadanos (y a los que vienen de las ciudades de la periferia a trabajar a la capital) para que usen un transporte público que ha perdido frecuencias debido a la crisis. Las partidas económicas decrecientes dedicadas al Metro, pero también a la Empresa Municipal de Transportes (EMT), que gestiona los autobuses municipales, ha provocado el descenso en la calidad. Y ello a pesar de que las tarifas se han incrementado en los últimos cuatro años más de un 10%.
Otras ciudades europeas, como Londres, han adoptado medidas similares. En general la Unión Europea ha sido muy estricta con el cumplimiento de las medidas anticontaminación y ha amenazado a España con sanciones en varias ocasiones por el incumplimiento de ciudades como Barcelona y Madrid. En cualquier caso, los episodios de gran contaminación no se producen todos los días y son más habituales desde la primavera al final del verano. Las condiciones meteorológicas influyen: la falta de lluvia y de viento hace que el aire de la atmósfera no circule y las partículas procedentes de fábricas y tubos de escape de coches se mantenga en suspensión.
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